Por: Pepe Ramos
La primera vez que escuché aquellas aterradoras carcajadas estaba sentado en mi despacho. Era insoportable y venía de todas las paredes, tuve que taparme los oídos para no enloquecer. Me trasladé a otra estancia, más espaciosa y con los muros más alejados, pero no sirvió de nada, aquel sonido atravesaba los tímpanos y me llegaba al tuétano.
Acabé derribándolos, me arranqué las orejas con mis propias manos, me metí calcetines en los huecos ensangrentados que dejaron, pero no desaparecieron, seguían sonando… en el interior de mi cabeza. Y aquí estoy, entre paredes blancas acolchadas, con una camisa de fuerza y golpeando mi cabeza contra ellas y gritando que se alejen, que me dejen en paz. No lo hacen, nunca lo harán.
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