Por: Pepe Ramos
El calor era sofocante, hacía tiempo que no escuchaba la narración de la guía turística que llevaba dos horas enseñándonos tierra y molinos. Decidí apoyar mi espalda en uno de ellos y sentarme.
-Aquí fue donde El Quijote confundió los molinos con gigantes…
Cerré los ojos. Aquella agradable sombra bajo la que me cobijaba hizo que poco a poco me adormeciese…
Al despertar, encontré frente a mí, a un hombrecillo gordo, montado en un burro, y a otro alto y delgado sobre un caballo tan escuchimizado como él. Decían:
-Pero no son gigantes, son molinos…
-Son gigantes y ese el brujo que les ordena…
Dicho lo cual trotó hacia mí con la lanza apuntándome. Apenas tuve tiempo de moverme antes de que caballero y pica se estrellasen a escasos centímetros de mi cabeza.
Desperté sobresaltado, todo había sido un sueño, aunque tal vez el desconchón que encontré a menos de un palmo de mi cabeza pueda indicar lo contrario.

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